En el artículo anterior definimos, y distinguimos, dos conceptos: presión y pressing. Este último quedó establecido como la aplicación simultánea, y coordinada, de un conjunto de presiones individuales, tanto sobre el portador del balón como sobre sus potenciales receptores. La presión, aquella acción individual, adquiere la dimensión de herramienta táctica, una vez ejecutada colectivamente. Al concebirse la presión colectiva, nace un concepto táctico; al ejecutarse, se vuelve un recurso.
Idónea ejecución
Al aplicar el pressing, el equipo aglomera una serie de futbolistas sobre un sector reducido y concreto del campo: aquel donde se encuentre el balón. El objeto es el ahogo y sofocamiento de la maniobra rival mediante la reducción de las posibilidades de pase inmediatas, buscando apelar a la imprecisión, por parte del rival, a la hora de dar destino a la pelota. ¿Cuál es la forma más eficaz de lograr esto? Generando superioridad numérica sobre el contrincante, en el lugar donde se encuentra el útil. Naturalmente, el acumular hombres en una zona del terreno equivale a desguarnecer, de estos, otras. Por esto último, el equipo debe elegir, con tino, las zonas del terreno en las cuales aplicar el pressing no conlleve una utilización excesivamente onerosa de hombres y, a su vez, el rival ya vea, a priori, menguar sus posibilidades de maniobra. Esa zona son las bandas. El jugador escorado sobre una banda encuentra en ésta un límite y óbice, para su desenvolvimiento, “natural” o reglamentario. La raya asfixia y hace desvanecer un sector del campo; el jugador pierde un perfil y, por lo tanto, sus decisiones se tornan más previsibles. De esta manera la raya de cal pasa a oficiar de eventual cómplice del equipo que aplica el pressing. Al tener a este límite reglamentario a su favor, con la pérdida de perfil correspondiente para el rival que detenta del balón, el equipo-pressing puede economizar los hombres destinados al “ahogo” colectivo y, a su vez, dotar a este de mayor eficacia. La raya que sofoca, el pressing que apura y anula a los compañeros más cercanos; no queda otra que depositar, abruptamente, el balón en otra zona de la cancha; aquellas que libera, involuntariamente, el equipo-pressing.
Rompe-pressing
a) Lo básicamente ineludible
Recordar los setenta y pico metros reglamentarios del ancho del terreno. Podría resumirse en esa frase el antídoto contra el pressing. Desde este momento entra en juego el componente esencial del juego: la destreza (o habilidad) individual. El hombre apretado contra la banda, con sus más cercanas opciones de pase amputadas, se ve obligado al pase largo, a la apertura del terreno. El tiempo apremia, el espacio para resolver se acorta, y, de forma proporcional, aumentan las posibilidades de caer en la imprecisión. En la calidad y certeza de la pegada, en la coordinación corporal a la hora de armarse en poco espacio y segundos para entrarle al balón, y en la plasticidad y motricidad para ejecutar, sin denunciar la intención, se encuentran las claves. La habilidad y técnica del futbolista se erigen como protagonistas, como sucede en cualquier momento decisivo del juego. El fútbol se reduce a su expresión más auténtica: el simple manejo de la pelota por parte del futbolista.
b) Concepción solidaria e inteligente
El victimario del pressing calza la pelota, esta recorre el ancho del terreno, pica una, dos, tres veces, y es outball para el rival. La utilización del terreno depende de la sapiencia y habilidad del detentor del balón, pero en importancia paralela corre la distribución adecuada de sus compañeros sobre el campo. El pressing evapora la posibilidad de ceder en corto el balón, por lo tanto incita a la imprecisión. Al aumentar la distancia a recorrer por el balón, en un pase, el margen de error aumenta ostensiblemente, y aun más si el rematador está bajo el influjo del “ahogo” colectivo por parte del rival. El balón llama, impelido por sus impetuosas ganas de obtenerlo, y disfrutar de él, el futbolista responde, y, mientras él cree que acude en ayuda, no hace más que asfixiar aun más a su compañero de equipo. El acto reflejo es arrimarse al balón; el acto inteligente es alejarse de él y, de esta manera, desahogar al compañero. Como descubrimos anteriormente, al cerrarse un sector de la cancha, otros se abren, y el jugador sin balón es el que debe aprovecharlos. Una vez hecho esto, el fútbol vuelve a lo primario, la capacidad técnica del pasador.
Evitar el auto-pressing
El pressing encierra, en su propia concepción, una trampa para su ejecutor: el auto-pressing. El ahogo contra el rival puede transformarse en auto-asfixia. El pressing da rédito, la acumulación coordinada de hombres en un sector me provee del balón, ¿qué hacer ahora? Nuevamente, abrir el terreno, en este caso, el que nosotros mismos redujimos. El conjunto de hombres que ejecutaron el pressing, una vez haya prosperado este, deben separarse, abrirse, buscar una ubicación provechosa para el nuevo portador del balón, ya sea cumpliendo una función de distracción o como futuro detentor del balón. El novel tenedor de la pelota deberá, en lo posible, depositar ésta en el sector opuesto del campo. El pressing no termina sino cuando se evita el auto-pressing, de otra manera se convierte en un esfuerzo estéril.
Achique: consecuencia del pressing
Al hacer pressing en campo rival, se produce el quiebre del equipo: las líneas se separan, los huecos proliferan, y el tiempo para el rival, una vez éste haya recuperado el balón, aumenta. Atacantes y mediocampistas ahogan en campo rival, adelantan sus posiciones, según dónde se encuentre la pelota, los defensas ven como crece la distancia entre ellos y el golero, la vulnerabilidad ante un pelotazo y pique rival se acrecienta. El hacer caer en el offside al rival se revela como recurso, como herramienta táctica, y, aunque resulte paradójico, como acción agresiva, ofensiva. El achique es el argumento sostiene-pressing, el recurso defensivo de un equipo atacante, y una manera alternativa de reducir el terreno disponible para el rival, a espaldas de los defensores que achican espacio detrás de sus mediocampistas, sin incurrir en un concurso de aceleración y reacción individual. El pressing satura un sector y libera otros, y el achique busca suprimir estos últimos espacios, los, momentáneamente, desairados.
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