"El fútbol rápido se hace con pelota rápida, no con jugadores veloces" (Dante Panzeri)



viernes, 26 de noviembre de 2010

Amague: bendito hacedor de fútbol


Al acercarnos al arco rival, los espacios se acortan, las piernas contrarias proliferan y ganan en presencia, y el tiempo para decidir escarcea. El jugador, enhiesto, la cabeza en alto, otea y comprueba su inferioridad con respecto a la maraña humana rival. No hay tiempo, no sólo hay que decidir, sino que hay que ejecutar con mayor precisión y justeza en un espacio cada vez más exiguo. Aquí entra a jugar, aún más que la potencia física, la capacidad de “engaño”; traducido esto a recurso netamente deportivo: el amague. El amague es engaño, simulación que permite ganar tiempo para cerebrar diáfanamente y ejecutar con certeza. De esto último se infiere que, el amague, es la base y cimiento del elemento más desequilibrante del fútbol: el dribbling, gambeta, moña, regate, etc. Al engañar, el jugador gana en tiempo, limpia terreno y, en consecuencia, se genera la posibilidad de resolver con mayor justeza. Tiempo y espacio se ganan por el amague; el dribbling se encarga de demoler.



Amague por antonomasia


El dribbling, que en su momento supo ser un elemento asiduo y recurrente del juego, se ha visto vedado, casi que condenado a una excomunión, en un fútbol donde el despliegue y derroche de potencia física se torna en un factor decisivo y decisor. El jugador que corre, a diferencia del que se mueve, no piensa, sólo ejecuta: no cerebra, sólo acelera; no juega, sufre y se cansa. El frenesí y la vorágine han casi que aniquilado un factor fundamental a la hora de crear juego justo, preciso: la pausa. La pausa no es sólo un descenso de la velocidad de una maniobra, sino que también es engaño y es juego en equipo; juego en equipo porque permite incorporar nuevos hombres a la jugada, y en las mejores condiciones, desenganchados desde el fondo, lanzados en velocidad, con panorama, y listos para toparse con el balón de frente, y ganar metros; pero, principalmente, por la sorpresa. La pausa también permite ingresar en el juego lo imprevisto, lo impredecible, lo no-visto hasta ese momento, tanto por el jugador que posee el balón (éste intuye), como por aquel que desea quitárselo. En síntesis, la pausa es amague, engaño, ya que es otorgarle claridad al jugador, y, en consecuencia, otro sentido a una maniobra que parecía dirigirse en una dirección unívoca. Sin pausa, el fútbol se postra ante el choque y la fricción; y el dribbling se muere desangrado.

Juan Román Riquelme. La pausa encarnada en un futbolista: claridad y justeza

Jugar con todo el cuerpo


Un jugador acorralado necesita auxilio, pero no sólo de parte de sus compañeros, sino que también de su propio cuerpo. Un hamaque, un movimiento sutil del cuerpo, una frenada pisando el balón, pueden abrir una jugada, quebrar una maraña de piernas, y principalmente, otorgar oxígeno en forma de tiempo. El tiempo es el oxígeno del jugador, y el amague es el tanque que lo porta. Por más que los espacios se reduzcan, el jugador que tiene el balón siempre posee la iniciativa, siempre tiene consigo la posibilidad del engaño, de la simulación, y cuenta con el poder de hacer danzar al resto de los futbolistas al ritmo de su amague. La pelota es distracción, y cual una linterna en una habitación entregada a la oscuridad, el amague surge, con la potestad de atraer y repeler, de simular, para luego concretar. La distracción no es sólo diversión, sino que, fundamentalmente, ganancia de tiempo. Aquí entra en juego la capacidad técnica del futbolista, la cual esta delineada por las aptitudes motrices, la coordinación corporal y la sensibilidad para con la pelota que posea el jugador. El fútbol vuelve, como en toda situación decisiva, a condensarse en lo primigenio: el futbolista y su posibilidad para con la pelota. No sólo se juega con los pies, sino que con todo el cuerpo, y el amague tiene su basamento en este último. La cintura, como en el baile, es reina. Y el hamaque disloca caderas, en la cancha, y mandíbulas, en la tribuna.

Ariel Ortega. En su momento, fiel exponente del jugador visceral: hamaque, pique y freno, pisada. Derroche de amague corporal.

Engaño a pies huérfanos


A pelota morosa o pisada; jugadores moviéndose, tapizando el campo. Cuando el jugador calza el freno, aplicando la pausa, el resto de sus compañeros deben aprovechar el campo, pero no de cualquier manera. El engaño debe estar presente, aun, en el movimiento sin balón, y de ninguna manera debe cejar. La pelota es el foco de atención, los jugadores, como las polillas con la bombilla incandescente, se embelesan con ella; en este momento, el jugador de pies huérfanos debe exprimir esta ventaja colateral e inexorable del juego. Inclusive, el futbolista sin balón, cuenta con la ventaja de no llevar el “lastre” de la pelota: sus movimientos no requieren la plástica no exenta de cuidado que debe tener el jugador detentor del útil, sino que simplemente puede entregarse a la vitalidad de sus músculos y capacidad motora, siempre contando con su ventaja fundamental: el tener la iniciativa. La iniciativa proporciona ese elemento fundamental para el juego ofensivo: tiempo, siendo éste el que procura el espacio. Y en su iniciativa, el futbolista debe arraigarse al amague: si pica, es para frenar; si frena, es, para de golpe, picar. El jugador sin balón multiplica sus posibles, y aunque la pelota no llegue, ese, su movimiento hipotéticamente fútil, opera como elemento de distracción. Ningún movimiento es inútil cuando el correr se cimienta en el engaño. Lo que es lo mismo que decir que el correr se supedita al cerebrar.

Explotar la urgencia

La pausa no enlentece, clarifica; el dribbling, siempre bien utilizado, no enlentece, limpia y demuele; el amague no enlentece, procura tiempo. El amague es engaño, hemos establecido, y, como tal, el componente fundamental de la maniobra ofensiva, al procurar tiempo, que a su vez imbuye claridad al jugador, que, finalmente, tiene la oportunidad de divisar espacio donde parecía no haberlo. Por esto mismo, donde haya menos espacio y tiempo, es donde más se debe apelar al engaño, al amague. Cuanto menos tiempo y espacio haya, significará que más cerca estaremos del arco rival, y, por esto mismo, más se acrecentará la ansiedad y urgencia, de éste, por quitarnos el balón. El amague encuentra su terreno más feraz y promisorio en la urgencia del rival; cuanto más angustiante sea su posición y situación, más propenso será a caer en la telaraña que hila el amague. Increíble, y paradójicamente, cuando el espacio y tiempo menguan, más sencillo resulta procurárselos. Y aquí debemos volver a algo axiomático: la capacidad técnica del futbolista; su manejo de la pelota; su capacidad para armarse, pensar y ejecutar en pocas milésimas; esto es lo realmente capital. El fútbol sufre el eterno retorno a lo prístino, y se trueca en jugar a la pelota.

Romario: serenidad y aplomo, aun en un mar de piernas contrarias. Siempre engañando; jamás sin tiempo.

Como hemos visto, la sapiencia y destreza a la hora de jugar la pelota, y utilizar el campo, toman preeminencia, más allá de cualquier cualidad y posibilidad netamente física. Y el engaño se vuelve el artificio más provechoso para el jugador, a la hora de asomarse al umbral del arco contrario. La sapiencia solapa la potencia; la pausa gambetea a la frenética corrida; el dribbling ningunea el choque; y el amague, bendito hacedor de fútbol, hace correr la pelota.   

lunes, 22 de noviembre de 2010

Aspectos del pressing


En el artículo anterior definimos, y distinguimos, dos conceptos: presión y pressing. Este último quedó establecido como la aplicación simultánea, y coordinada, de un conjunto de presiones individuales, tanto sobre el portador del balón como sobre sus potenciales receptores. La presión, aquella acción individual, adquiere la dimensión de herramienta táctica, una vez ejecutada colectivamente. Al concebirse la presión colectiva, nace un concepto táctico; al ejecutarse, se vuelve un recurso.

Idónea ejecución

Al aplicar el pressing, el equipo aglomera una serie de futbolistas sobre un sector reducido y concreto del campo: aquel donde se encuentre el balón. El objeto es el ahogo y sofocamiento de la maniobra rival mediante la reducción de las posibilidades de pase inmediatas, buscando apelar a la imprecisión, por parte del rival, a la hora de dar destino a la pelota. ¿Cuál es la forma más eficaz de lograr esto? Generando superioridad numérica sobre el contrincante, en el lugar donde se encuentra el útil. Naturalmente, el acumular hombres en una zona del terreno equivale a desguarnecer, de estos, otras. Por esto último, el equipo debe elegir, con tino, las zonas del terreno en las cuales aplicar el pressing no conlleve una utilización excesivamente onerosa de hombres y, a su vez, el rival ya vea, a priori, menguar sus posibilidades de maniobra. Esa zona son las bandas. El jugador escorado sobre una banda encuentra en ésta un límite y óbice, para su desenvolvimiento, “natural” o reglamentario. La raya asfixia y hace desvanecer un sector del campo; el jugador pierde un perfil y, por lo tanto, sus decisiones se tornan más previsibles. De esta manera la raya de cal pasa a oficiar de eventual cómplice del equipo que aplica el pressing. Al tener a este límite reglamentario a su favor, con la pérdida de perfil correspondiente para el rival que detenta del balón, el equipo-pressing puede economizar los hombres destinados al “ahogo” colectivo y, a su vez, dotar a este de mayor eficacia. La raya que sofoca, el pressing que apura y anula a los compañeros más cercanos; no queda otra que depositar, abruptamente, el balón en otra zona de la cancha; aquellas que libera, involuntariamente, el equipo-pressing.

Rompe-pressing

a) Lo básicamente ineludible

Recordar los setenta y pico metros reglamentarios del ancho del terreno. Podría resumirse en esa frase el antídoto contra el pressing. Desde este momento entra en juego el componente esencial del juego: la destreza (o habilidad) individual. El hombre apretado contra la banda, con sus más cercanas opciones de pase amputadas, se ve obligado al pase largo, a la apertura del terreno. El tiempo apremia, el espacio para resolver se acorta, y, de forma proporcional, aumentan las posibilidades de caer en la imprecisión. En la calidad y certeza de la pegada, en la coordinación corporal a la hora de armarse en poco espacio y segundos para entrarle al balón, y en la plasticidad y motricidad para ejecutar, sin denunciar la intención, se encuentran las claves. La habilidad y técnica del futbolista se erigen como protagonistas, como sucede en cualquier momento decisivo del juego. El fútbol se reduce a su expresión más auténtica: el simple manejo de la pelota por parte del futbolista.


         Pegada limpia-cancha, precisa y clara. Clave para mitigar el pressing.

b) Concepción solidaria e inteligente

El victimario del pressing calza la pelota, esta recorre el ancho del terreno, pica una, dos, tres veces, y es outball para el rival. La utilización del terreno depende de la sapiencia y habilidad del detentor del balón, pero en importancia paralela corre la distribución adecuada de sus compañeros sobre el campo. El pressing evapora la posibilidad de ceder en corto el balón, por lo tanto incita a la imprecisión. Al aumentar la distancia a recorrer por el balón, en un pase, el margen de error aumenta ostensiblemente, y aun más si el rematador está bajo el influjo del “ahogo” colectivo por parte del rival. El balón llama, impelido por sus impetuosas ganas de obtenerlo, y disfrutar de él, el futbolista responde, y, mientras él cree que acude en ayuda, no hace más que asfixiar aun más a su compañero de equipo. El acto reflejo es arrimarse al balón; el acto inteligente es alejarse de él y, de esta manera, desahogar al compañero. Como descubrimos anteriormente, al cerrarse un sector de la cancha, otros se abren, y el jugador sin balón es el que debe aprovecharlos. Una vez hecho esto, el fútbol vuelve a lo primario, la capacidad técnica del pasador.


Evitar el auto-pressing

El pressing encierra, en su propia concepción, una trampa para su ejecutor: el auto-pressing. El ahogo contra el rival puede transformarse en auto-asfixia. El pressing da rédito, la acumulación coordinada de hombres en un sector me provee del balón, ¿qué hacer ahora? Nuevamente, abrir el terreno, en este caso, el que nosotros mismos redujimos. El conjunto de hombres que ejecutaron el pressing, una vez haya prosperado este, deben separarse, abrirse, buscar una ubicación provechosa para el nuevo portador del balón, ya sea cumpliendo una función de distracción o como futuro detentor del balón. El novel tenedor de la pelota deberá, en lo posible, depositar ésta en el sector opuesto del campo. El pressing no termina sino cuando se evita el auto-pressing, de otra manera se convierte en un esfuerzo estéril.

Achique: consecuencia del pressing

Al hacer pressing en campo rival, se produce el quiebre del equipo: las líneas se separan, los huecos proliferan, y el tiempo para el rival, una vez éste haya recuperado el balón, aumenta. Atacantes y mediocampistas ahogan en campo rival, adelantan sus posiciones, según dónde se encuentre la pelota, los defensas ven como crece la distancia entre ellos y el golero, la vulnerabilidad ante un pelotazo y pique rival se acrecienta. El hacer caer en el offside al rival se revela como recurso, como herramienta táctica, y, aunque resulte paradójico, como acción agresiva, ofensiva. El achique es el argumento sostiene-pressing, el recurso defensivo de un equipo atacante, y una manera alternativa de reducir el terreno disponible para el rival, a espaldas de los defensores que achican espacio detrás de sus mediocampistas, sin incurrir en un concurso de aceleración y reacción individual. El pressing satura un sector y libera otros, y el achique busca suprimir estos últimos espacios, los, momentáneamente, desairados.  

viernes, 19 de noviembre de 2010

Dos conceptos diferentes: Presión y Pressing



La presión, entendida la palabra dentro del marco futbolístico, ha sido siempre un componente esencial, y primario, del juego. Desde el momento en que dos equipos entran a un campo y se encuentran con que hay únicamente un balón, se introduce en el fútbol la disputa, la lucha, la fricción, en pos de ese solitario útil. Ya no sólo se trata de la utilización de la pelota, sino que también de la conquista de ella. He aquí el origen de la presión; su aparición va acompasada a la existencia del juego, y delineada por las reglas de este. La presión se convierte, de esta manera, en un en-sí del fútbol, una de sus propiedades.
De lo expuesto hasta aquí, podríamos deducir que la presión es la búsqueda del útil, cuando éste está en poder del rival. La presión es ímpetu de marca, apremio al rival que detenta el balón, o, en su defecto, obturación o entorpecimiento de su accionar. La imposibilidad de disponer siempre del balón, hace surgir la presión: presión es anhelo de balón.

Tipos de presión

Al ser el fútbol un deporte de equipo, enancado en la práctica colectiva, no resultaría complicado, a partir de esta característica fundamental del juego, establecer dos tipos generales de presión: individual y colectiva.

a) Presión individual

La presión individual es aquella que ejerce un único futbolista sobre el jugador rival que posee el balón en ese momento: se ahoga al detentor circunstancial del útil. Se podría decir, sin inconveniente, que el ahogo individual es la marca en estado puro, el impulso circunstancial, sin premeditación, la espontánea búsqueda de la pelota. Aquí la acción se centraría en dos actores: el que ejerce la presión, y el que la recibe. De esto se vislumbra que la presión se imprime sobre la pelota y, en consecuencia, a su detentador. El resto de los futbolistas se abstienen de la disputa, aunque estén pendientes del resultado de tal duelo.  Esta clase de presión, la individual, es arcaica, primaria, visceral, inherente al juego, e ineludible para los actores.

b) Presión colectiva

Desde el momento en que la presión cesa de ser individual, trocándose en colectiva, ésta deviene en pressing. El pressing, concepto harto utilizado y malinterpretado, es la ejecución, en simultáneo, de diversas presiones individuales, coordinadas y, en muchas ocasiones, aplicadas por sistema. Aquí, a la mentada presión sobre la pelota, se le agrega el ahogo sobre los posibles receptores de esta. Al ser colectivo, el pressing adquiere una noción de coordinación y pulcritud, que no posee la más impulsiva presión individual. A su vez, el pressing no sólo busca la recuperación del balón, sino también el adelantamiento de líneas (aquí, de forma complementaria, entra en juego otro concepto: el achique), con el objeto de desarrollar el juego en campo rival, y el recorrer la menor cantidad de metros posibles hacia el arco rival, una vez obtenido el balón.


De las definiciones escanciadas en el párrafo anterior, se infiere que la presión conjunta es, en esencia, una acción ofensiva, aunque en su práctica, inicialmente, desarrolle una tarea de talante defensivo. Mientras que la presión no contempla el ulterior ataque, y se concentra y consume en la recuperación del útil, el pressing es, inherentemente, el despliegue defensivo coordinado, más la búsqueda inmediata del arco rival una vez obtenida la pelota. Una prueba de esta diferencia entre presión y pressing, es que un equipo cuando achica terreno o, directamente, se abroquela en su campo, renuncia al pressing, pero aun así está obligado a ejercer presión, de otra manera jamás obtendría el balón. Entonces, el movimiento de recuperación de pelota se inicia con la presión, sin ser la presión necesariamente pressing. Contrariamente, un equipo que asume una postura de ataque, de agresión como premisa, se verá forzado a utilizar el pressing para, de esta manera, poder adelantar sus líneas e intentar recobrar el balón lo más cerca posible del arco rival.
Simple: La presión está aherrojada al juego. El pressing, ineluctablemente, va engarzado al fútbol de ataque.


Nota: En otros artículos repasaremos los efectos producidos en el fútbol una vez surgida la utilización sistemática del pressing, y las diversas formas de, y los requisitos necesarios para, la utilización de este.